Bárbara Azaola | 01 Feb 2016
Con esta etiqueta, “Yo participé en la revolución de enero”, las redes sociales en Egipto se han llenado de recuerdos y reivindicación en el quinto aniversario de la revolución del 25 de enero de 2011. La movilización, tanto en Twitter como en Facebook, en defensa de esos 18 días de protestas multitudinarias que culminaron con el derrocamiento del entonces presidente Hosni Mubarak, ha supuesto un soplo de aire fresco y un cambio respecto al aniversario de hace un año. Por entonces, el considerado “hombre fuerte” del país, el presidente Abdel Fattah Al Sisi, gozaba de un respaldo mayoritario de la población en su lucha contra el terrorismo y, en particular, contra la organización de los Hermanos Musulmanes. Las críticas de las fuerzas progresistas contra el régimen eran tachadas de “traición a la patria”, “terrorismo” o se vinculaban directamente con los Hermanos Musulmanes. No parecía haber espacios posibles de oposición y las esperanzas de una nueva movilización popular resultaban lejanas sino imposibles.
¿Qué ha ocurrido en un año? La popularidad de Al Sisi ha descendido notablemente, sobre todo entre las clases populares que, junto a otros sectores de la sociedad, decidieron en 2013 darle su apoyo para desbancar de la presidencia al islamista Mohamed Morsi tras un año en el cargo; un respaldo que fue ratificado en las elecciones presidenciales de 2014. El descontento de la población, sin embargo, se ha ido generando no solo por el control absoluto del Estado por parte del ejército, sino, fundamentalmente, porque los problemas económicos del país persisten, el terrorismo sigue actuando, el turismo no deja de hundirse y las demandas sociales que sacaron a la calle en 2011 a miles de egipcios y egipcias bajo el lema “pan, libertad y justicia social” son las mismas que entonces. Las protestas de los desempleados que han estallado en Túnez en las últimas semanas, silenciadas esta vez por los medios de comunicación egipcios por temor a que pudiera repetirse lo ocurrido hace cinco años, muestran cómo la agenda social en ambos países ha sido abandonada por las nuevas autoridades y se han priorizado las cuestiones institucionales y, sobre todo, securitarias al tiempo que se recortaban las libertades.
Es una realidad que las autoridades han blindado los espacios públicos para impedir que estos sean ocupados, en concreto la plaza Tahrir epicentro en su día de las multitudinarias protestas; se han incrementado las redadas a activistas en sus domicilios, se han renovado penas de cárcel a jóvenes que llevan presos más de un año por manifestarse, se ha impulsado una campaña de descrédito de la revolución del 25 de enero. Todo ello ha frenado que los egipcios saliesen a la calle a celebrar este quinto aniversario. Pero también hay una percepción de que el régimen está fallando y se están abriendo espacios de crítica, tanto los mencionados en redes sociales como en medios de comunicación, sin que, quienes la realizan, sean tachados de “islamistas, terroristas o traidores”. Hay gente en Egipto que parece haber recuperado la confianza en su capacidad para cambiar las cosas. La población reacciona y pasa de estar sometida a ser actor cuando se une para lograr un objetivo común. El pueblo egipcio podría volver a unirse para exigir mejoras sociales, económicas y una mayor estabilidad sin recorte de libertades.