Rafael Bustos | 20 Feb 2014
El país está agitado y no se trata solamente de la frecuente contestación social y/o de la tensión comunitaria o inter-étnica que se repite en algunas zonas (Kabilia, Mzab), como en otras ocasiones. Se percibe de forma manifiesta una inusitada actividad en los círculos políticos y los medios de comunicación ante la proximidad de las elecciones presidenciales del 17 de abril. Abdelaziz Buteflika, presidente de la República desde 1999 agota enfermo su tercer mandato y con su carrera política desaparecería una generación entera de líderes que lucharon en la guerra de independencia. No hay recambio histórico ni carisma personal que le pueda remplazar, al menos de momento.
Serán las primeras elecciones presidenciales desde que empezó la “primavera árabe” y otra particularidad más, a pesar del abultado número de aspirantes (que no candidatos todavía), rondando la centena, no se presenta ninguno islamista. Los dos principales partidos islamistas legalizados han optado por el boicot, todavía resentidos por los más que decepcionantes resultados electorales de las legislativas de 2012.
El enfermo presidente, de 76 años de edad, aún no ha confirmado si se presentará o no. Tampoco se sabe si alguien en su nombre ha retirado la solicitud. Sus comparecencias escasean y en la pasada fiesta de los mártires (18 de febrero), cuando más se esperaba su intervención para calmar el clima de tensión reinante, sólo se pudo contar con un largo discurso leído por uno de los ministros.
Las acusaciones, críticas cruzadas e incluso querellas entre dirigentes del FLN, consejeros de la Presidencia, por un lado y miembros de la policía política- espionaje militar (el DRS), por otro, no sólo resultan insólitas en Argelia sino que preocupan a muchos que se preguntan si la unidad del Estado no está siendo desgarrada por la lucha de clanes. Muchos han querido ver en este intercambio de golpes una batalla entre el clan presidencial (Abdelaziz Buteflika y su hermano y consejero, Said) y los servicios secretos, pero politólogos como M. Hachemaoui se inclinan más bien a pensar que son luchas entre facciones, que la presidencia observa calculadoramente.
Es cierto, no obstante, que el régimen argelino nos tiene acostumbrados a un “precalentamiento electoral”. En pasados comicios, los responsables del ejército anunciaron que no tenían candidato oficial, mientras que la prensa amplificaba la entrada en liza de candidatos de peso como Hamruch, Taleb Ibrahimi o el propio Nahnah. Todo esto creó una expectativa de elecciones abiertas y competitivas que no se tradujo en los resultados.
¿Hasta qué punto la tensión actual no es fruto de un “precalentamiento calculado”? ¿Puede entenderse el silencio de Buteflika como una estrategia orientada a atraer el máximo número de aspirantes? ¿Por qué no concurren a las elecciones primeros ministros de larga trayectoria como Ahmed Uyahia, Abdelaziz Beljadem o el actual Abdelmalek Sellal? ¿Significa esto que Buteflika o el clan que se mueve detrás de él esperan al último momento para presentarle como candidato?