Rafael Bustos | 29 Mayo 2017
Las elecciones del 4 de mayo han traído contra todo pronóstico algunas sorpresas sonadas. La primera es la tasa oficial de participación, la más baja de las tradicionalmente poco frecuentadas legislativas: 35,3%, algo más de 6,5 millones de votos válidos (1,7 mill. de votos nulos) en un país de 40 millones de habitantes, sin contar la diáspora que también votaba. Esto significa que en algunas circunscripciones normalmente poco dadas a ir a las urnas, la participación ha sido casi nominal, inferior al 30%, en Argel Capital (casi un 50% de votos nulos), inferior al 20% en Kabilia (Béyaia y Tizi Uzu) e inferior al 10% en las circunscripciones en el extranjero, como Montréal (Canadá). La segunda es el eco amplificado que han tenido algunas voces críticas: La política izquierdista Luiza Hanun, entre ellas, que anunciaba "el fin del reino”, el fin inminente de la larga etapa Buteflika (1999-2017) o bien denuncian con una huelga de hambre el fraude electoral como Moussa Touati, a partir del 4 de mayo.
Si bien, nada hacía entrever un seísmo de esta magnitud pues tras años de reuniones de la Coordinadora por las Libertades y la Transición Democrática, la mayoría de partidos se decidió a participar en estas elecciones: el FFS, el RCD, los partidos islamistas vertebrados en dos alianzas y los más habituales PT y FNA. No había por tanto una consigna clara de boicot, ni un movimiento social activo como Barakat de las presidenciales de 2014, intentando deslegitimar los comicios, si bien es cada vez más popular en Internet la campaña “man sotich traducible por “yo no voto”, en árabe dialectal.
Pero así con todo, la caída estrepitosa de la participación, cuando el Secretario General del partido ganador, FLN (Ould Abbès), estimaba que ésta rondaría el 50% (ver noticias de OPEMAM), es muy significativa. Tampoco pasa desapercibido que el propio Tribunal Constitucional rectifique el porcentaje oficial de participación y lo reduzca en 3 puntos. Un Tribunal que, como es habitual también, ha desestimado cerca de un 93% de los 295 recursos interpuestos, la cifra más alta hasta ahora y acompañados en muchos casos de fotografías y vídeos.
Los resultados no son en este caso lo más importante. Nadie esperaba otra cosa que una nueva victoria del FLN (aunque el margen con el oficialista RND se ha reducido) y que el primer ministro Sellal, pese a pertenecer al partido ganador, no haya sido llamado por el presidente a formar un nuevo gobierno, suerte que ya corrieron otros ex primeros ministros. Todo eso entra dentro de lo previsible. Lo que en cambio destaca con fuerza son las fisuras que se abren en el sistema. Empezando por el desinterés sonado de estas elecciones, que contrasta con el interés despertado por las presidenciales francesas y la visita del candidato Macron a Argelia. Siguiendo por la llamada de alarma de algunos políticos que creíamos más acomodados al “establishment”. Luisa Hanún, rechazando los resultados de estas elecciones y los cosechados por su partido, el PT, como un castigo a las posiciones más críticas de los últimos tiempos, predice “la caída del régimen” y compara a Argelia con la situación pre-revolucionaria vivida en Egipto y Túnez en 2011 (Livenewsalgerie.com, 5/05/2017).
En cuanto a Moussa Touati, secretario general del pequeño partido Front National Algérien inicia el mismo día 4 una huelga de hambre con algunos de sus seguidores para denunciar el favoritismo con el que han sido tratado los dos grandes partidos oficialistas (FLN y RND) así como dos pequeñas formaciones que aportarán ministros al nuevo gobierno (TAJ y MPA), la injerencia del gobierno en las elecciones y ciertas prácticas fraudulentas como rellenado de urnas, uso de una misma firma digital para todas las actas de un colegio electoral, etc. (Le Soir d’Algerie, 10/05/2017).
Las fuerzas islamistas, de nuevo descontentas con los resultados, pese a integrarse en dos coaliciones (la liderada por MSP y la que encabeza el-Adala), han rechazado su participación en el nuevo gobierno de forma categórica. Es una situación análoga a la que vivimos en 2012, cuando la formación de la prometedora Alianza Verde por Argelia no consiguió mejorar los resultados que las formaciones islamistas habían tenido previamente por separado.
En conclusión, bajo el continuismo y la normalidad que las autoridades pretenden proyectar con estas elecciones legislativas de 2017, empiezan a aflorar innegables fallas de rotura que amenazan con dar al traste con el régimen y la estabilidad. El malestar social y el descontento sindical son el trasfondo que alejan a los electores de las urnas, cuyos decepcionantes resultados comienzan a dividir irremediablemente a la clase política argelina.