Natalia Perez Velasco | 10 Dic 2014
El primer ministro israelí se ha cansado de negociar y pactar con su principal socio centrista, y ha decidido que quiere cambiar de aliados políticos. El problema es que no le convenía hacerlo sin pasar por las urnas. Podía haber intentado formar un nuevo Gobierno con los partidos religiosos y de derechas, pero no tenía sentido cambiar una coalición que contaba con el respaldo de 68 parlamentarios de un total de 120 por otra que habría sumado 61, de los cuales tan solo 18 pertenecían al Likud.
Netanyahu lo que quiere es controlar su Ejecutivo y la cotizada cartera de Finanzas, que estaba en manos del centrista Hay Futuro, y para ello necesitaba adelantar los comicios. ¿Pero como explicar al ciudadano medio que cambia a los elementos moderados de su gabinete por los religiosos? Una manera de lograrlo es forzar una crisis de Gobierno implicándose personalmente en la defensa de una ley que sabía que la mitad de sus socios no podían respaldar. En especial si es el sector derechista del gabinete el que presenta dos propuestas radicales, y el primer ministro no termina de desvelar en su totalidad los términos de la versión que él respalda, mucho más suave. Con esta maniobra se provoca un adelanto electoral, se responsabiliza de la crisis a los partidos de centro, y se moviliza al electorado nacionalista para defender la aprobación de una ley con rango casi constitucional que garantice que Israel es el Estado de los judíos.
El líder del Likud está convencido de que en la política israelí no hay nadie con sus credenciales políticas y de seguridad que pueda hacerle la más mínima sombra, y no tiene duda alguna de que su partido será el más votado en las elecciones, y de nuevo él será el encargado de formar Gobierno. En los últimos comicios, celebrados en enero de 2013, el Likud concurrió en coalición con Israel Nuestra Casa, un partido derechista orientado a los votantes procedentes de las antiguas repúblicas soviéticas, por consejo de un experto analista electoral estadounidense que predijo que juntos conseguirían cincuenta escaños. No fue así. Obtuvieron poco más del 23% de los votos que le reportaron 31 escaños, once menos de los que sumaban la última vez que concurrieron por separado. Por eso Netanyahu quería un adelanto de los comicios, porque está seguro de que el Likud aumentará su presencia en el Parlamento tras pasar por las urnas, y eso le permitirá formar un Gobierno que pueda controlar de manera cómoda.
Su objetivo parece que será formar una coalición ideológicamente homogénea, con presencia de los partidos religiosos, que ya se han comprometido a apoyarle, y las formaciones de derechas. Éstas son aliadas naturales del Likud, al que necesitan para ocupar alguna cartera ministerial; y los religiosos están con la cabeza algo agachada tras haber quedado apartados del poder los últimos dos años, y deseosos de sentarse en el gabinete para tratar de “corregir” alguna de las medidas aprobadas en este tiempo, por ejemplo aumentando las exenciones al servicio militar de los religiosos.